Aquí y ahora. Concretas, reales, palpables, tangibles, plásticas… Las piezas se exponen –se muestran– de un modo instintivo y sincero, hay comodidad en el ámbito que las envuelve. Son lo que se ve, lo que se huele, lo que se toca. A la vez, son una curiosa concentración de las múltiples dimensiones que ellas albergan.
Son, en primer lugar, un encuentro, aproximación de dos labores complementarias, dos trabajos de joyeras–orfebres que dialogan en la exteriorización de unas entrañables subjetividades. Se acercan desde el material y la urdimbre; se distancian por la métrica y la técnica. Pero siempre próximas, dos labores textiles trasladadas a la joyería, que se intuyen y se interpelan de manera recíproca.
Son, luego, una búsqueda, insistencia en dos modos de espaciar las superficies, dos inmersiones en el espesor de la lámina. Andrea y Cecilia se enfrentan de manera inédita a la retención y al desborde: planos que tocan y se apoyan, cuerpos que abultan y se desprenden. Una búsqueda, por dos caminos hermanos, de asumir el riesgo de otorgar corporeidad a aquello que fortuitamente rodea, envuelve o cubre nuestro propio cuerpo, a partir del discurrir de unas hebras.
Son, también, una posición, colocación del objeto –de la joya– con el cuerpo que lo alberga. Una doble determinación las anima: la ubicación de la pieza y la transformación del refugio. Ahí donde la pieza se fija, se apoya, se enlaza o se engancha, un fragmento de cuerpo surge reconfigurado en otra existencia. El peso, medida y cantidad de materia tejida, con su disposición específica, provoca tensión de músculos, brillo de pieles, latido de pulsos. El cuerpo entero, como organismo, responde al estímulo del objeto.
Son, además, una práctica, destreza insomne que encuentra en la repetición el sentido de la acción. Dos técnicas que establecen concordancias y diferencias. Enlazar una hebra mayor con el ir y venir de la hebra menor, que define estrías y superficies por revolución, alabeado y superposición. Enlazar una hebra en sí misma, con la ayuda de una aguja o ganchillo, que construye cuerpos abultados, replegados y globosos. En ambos casos, el ojo, la mano, el dedo atentos al orden, la continuidad, la tensión. Definiciones, en todo caso, inmediatamente estériles en el intento de reflejar un trabajo de tejido incansable.
Y son, de manera provisoria, estas geografías de contacto, piezas que instituyen características y distribuciones como apéndices del cuerpo. Son grafías por mezclar, por mezclarse: búsqueda de una práctica que encuentra su colocación. Y crean, Caelum mediante, un espacio transitorio, un instante suspendido.
Gueni Ojeda
* Los conceptos y frases en itálica son extraídos del texto: Superficies de contacto. Adentro, en el espacio, de Carlos Mesa (2010), Medellín: Mesa Editores.
Fotografía: Florencia Quiroga