Muestra Martorelli Gasser

Por Gabriel Gutnisky

Texto publicado en el catálogo de exposición

‘Cecilia Richard – joyería contemporánea’

Galería de Arte Martorelli Gasser

2001

Córdoba, Argentina.

por Gabriel Gutnisky*

En nuestra sociedad, la mirada instrumental está destinada a reconocer el bien de consumo, a fin de evitar el engaño y sopesar los beneficios de los artefactos u objetos de uso práctico. Por el contrario, la visión creativa del arte libera a la mirada de su continuo funcionalismo, porque está sometida al mandato del deseo y al placer racional. Articulando estas dos situaciones aparentemente antagónicas (función y desfunción) aparecen las obras de Cecilia Richard como un bien de consumo (gravitan dentro de un sistema de intercambio) pero redimidas de esta mera situación a través de la sublimación, de algo que proyecta e identifica mas allá de la necesidad práctica. Por estas mismas razones resulta difícil catalogarlas sólo como “joyas”. El término no alcanza a definir un trabajo en donde el medio artesanal, si bien está en función de la producción de un objeto utilitario, es al mismo tiempo objeto de otro tipo de consideraciones. Los brazaletes, gargantillas, anillos, etc., de Cecilia Richard, nos recuerdan que el hombre siempre ha necesitado revestir y adornar su cuerpo con un sello formalmente diferenciado y diferenciante, para –conscientemente o no- establecer algún tipo de comunicación. Por esa razón, el mito de la funcionalidad es relativizado y aceptable aquí sólo parcialmente y pese a la economía artesanal que dio origen a estas piezas, se manifiestan también como objetos con cierto grado de autonomía y eficiencia sustantiva. No sólo por la excepcionalidad del esquema operativo que las materializó (unicidad, parsimonia ejecutiva, minuciosidad) sino fundamentalmente por la capacidad de hacer volver nuestra atención e interés sobre su propia forma y constitución (superficies reflectantes que multiplican imágenes, hipnótica repetición de una misma forma, geometría “suave”, brillos iridiscentes que se apropian de colores vecinos, imágenes que nos remiten a otras imágenes, etc.). Pero a estos factores hay que sumarle el propio movimiento de las piezas, que sólo ante la manipulación del usuario logran establecer una relación de acción y reacción, de anticipación y repetición, que incide fuertemente en la percepción temporal de las mismas. Cubos que se articulan como rompecabezas tridimensionales, esferas que se subdividen o brazaletes que se descomponen y recomponen, manifiestan una cuestión operativamente significativa, porque se inscriben en el vasto campo de lo lúdico, recordando indirectamente a las sartas orientales de cuentas (Kombolói) porque el sólo hecho de deslizarlas entre los dedos, produce una seducción relajadora. Estos objetos promueven una suerte de evento (el juego) partiendo de una estructura dada y unas reglas definidas y sistematizadas por la artista, pero fundamentalmente son también capaces de devolvernos -sin pretensión intimidatoria- la propia erótica del objeto.-

*Miembro de la Asociación Argentina e Internacional de Críticos de Arte. 1/2 www.ceciliarichard.com.ar